Etéreo momento, eterno recuerdo

Las sirenas de los carros de bomberos no lograban acallar el intenso tañir de la Maria Angola, que con sus majestuosas vibraciones anunciaba el inicio del tan esperado momento. Siempre estuvo presente, desde que tiene recuerdo, cada Lunes Santo de la mano de sus padres sosteniéndolo delicada pero inseparablemente, como una enredadera a su guía, al menor descuido se convertiría en gota perdida en el inmenso mar de gente que esperaba con reverente impaciencia el momento.

La constancia y los años le habían enseñado lo que necesitaba hacer para recibir con entera devoción la gracia divina que, con paternal amor, brindaba a cada uno se sus fieles el Taytacha.

En cuanto se encumbrara en el atrio de la catedral tenía que poner mucha atención a cada detalle, a cada movimiento, a cada inclinación. Como aún era pequeño, le era más fácil identificar el vaivén de las coronas de nucchu que colgaban a ambos lados, como las lámparas chinas cuando las golpea el viento, en cuanto se movieran hacia adelante había llegado el momento.

-¡Ahora!- se ordena a si mismo. El momento ha llegado.

El bullicio calla, sólo se oyen las sirenas y la Maria Angola. Todos caen de rodillas, en humilde muestra de arrepentimiento y esperanza de perdón, agachan la cabeza, como el súbdito ante la presencia de su rey. Primer vaivén y se comienzan a oír mudos sollozos, primera señal de la cruz, primera oración. Han de repetirse dos vaivenes más, mira de reojo a quienes tiene a su lado, todos con los ojos llenos de lágrimas de satisfacción, de consuelo, de agradecimiento por una oportunidad más de poder recibir la bendición del Taytacha Temblores.

El momento ha terminado, pero el recuerdo de esa devoción sigue presente, años más tarde, grabado a fuego en su mente, en su corazón.

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