Inquietudes y certezas

-¡Acabo de limpiar este piso! -piensa Blue, mirando las huellas de barro que han dejado las zapatillas de sus hijos.

Ya se los ha dicho en todos los tonos: hablando con ellos y tratando de hacerles entender lo importante que es, para él, que mantengan el piso limpio; alzando la voz y “sugiriendo” que sea la última vez que dejan el piso hecho un chiquero o desgañitándose con el ultimátum de que a la siguiente utilizará sus lenguas como trapeadores para dejar reluciente su desastre.

Una y otra vez, día tras día, vuelven a la carga. Sabe que todas las tardes, inalterablemente, deberá volver a barrer la tierra seca, que ha quedado del barro que fue horas antes, y que sirvió de insumo para la inagotable variedad de “tortas” que han de preparar ambos mezclando barro, pasto y algunas flores del jardín. Con el pasar de los días va cayendo en cuenta de que su destino es perder esa batalla, que la voluntad y energía de ambos niños sobrepasa sobremanera sus escasas reservas energéticas que han de ser distribuidas en muchas otras actividades, todas relacionadas con los mismos protagonistas, sus hijos.

Hace un año, verlos con las manos color chocolate por el guante de barro que se ha formado, mientras dan rienda suelta a sus dotes de reposteros, le hubiera causado una sensación angustiosa, por decirlo menos, difícilmente digerible gracias a los temores infinitos que fueron naciendo en su mente desde el primer día que oyó el latido del corazón del primero de sus hijos. ¿Y si disminuye el líquido amniótico? ¿Y si se enreda el cordón umbilical alrededor de su cuello? ¿Y si se adelanta el parto? ¿Y si al abrir la puerta de salida de la clínica comienza a respirar el aire lleno de smog de la calle? ¿Y si cuando volvamos a casa con el bebé el ambiente está demasiado frío? ¿Y si el día entero que me pasé desinfectando la casa no bastó para dejarlo en estado de limpieza digno de fábrica de microprocesadores? ¿Y si…? ¿Y si…? Temores que hasta el sol de hoy permanecen en su subconsciente, algunos más atenuados que otros, pero siguen ahí, expectantes, acechando, sobre todo, en las noches que no puede dormir porque el rey vuela en fiebre gracias a una infección o porque la princesa no consigue conciliar un sueño continuo por esa maldita tos que no la deja. Esas largas vigilias le dejan la mente exhausta de planificar y tramar estrategias, algunas equiparables al Quijote y los molinos de viento, para “evitar” la llegada de cualquier enfermedad.

Ahora es mejor coger la cámara e inmortalizar cuantos momentos se puedan para la posteridad: torta de “chocolate con fresas” para la fiesta de cumpleaños de “Rapunzel”, torta de “arándanos” para la fiesta de cumpleaños de “Dormidita”, torta de “coco” con finos detalles de pétalos de jazmín para la fiesta de cumpleaños de ”Woody”.

Al final, los pisos seguirán siendo pisos y el barro volverá a ser polvo y tierra, pero los niños, nunca más volverán a serlo, crecerán y tomarán su lugar en el infinito devenir de los tiempos, pasarán su bullicio y su alboroto, volverán el orden y su pulcritud, pero se habrán ido para siempre esos minutos dichosos de ver sus sonrisas chimuelas, llenas de emoción, enseñando los frutos de sus artes reposteras.

-Momentos hermosos que debería poder almacenar, por fecha y hora, en mi cerebro -piensa Blue, mientras su cerebro se vuelve a inundar de nuevas inquietudes- ¿Ya saqué la foto de hoy? ¿Cuánto espacio libre le queda a mi disco duro? ¿Descargué las fotos que saqué la semana pasada?…

Inevitable la avalancha de cuestiones fugases que llenan su cerebro, como cuando dejamos presionada una letra del teclado y empieza a llenar velozmente la hoja virtual en la que estamos escribiendo.

-Traten de no ensuciar… mucho -solicita Blue, con la misma esperanza de Sísifo acercándose a la cima de la montaña.