─¡Soroche! ─se sorprende.
A pesar de las advertencias pensó que, al ser de Cusco, esa altura no le afectaría, su organismo le indicaba lo contrario. Se santiguó ante la pétrea y solitaria cruz adornada con telas de colores y retomó su camino.
Mientras empezaba a recorrer el pequeño sendero de tierra que se extendía por la ladera de la montaña, podía distinguir a su izquierda el barranco cuya profundidad disminuía o se acentuaba con las ondulaciones y zigzagueos del camino. A pesar de que su cuerpo le volvía a pedir descanso después de un ascenso de regular duración, no pensaba ceder ni un descanso más hasta ver en el horizonte la imagen del santuario. Entorna los ojos para confirmar. Sólo montañas y cielo en el horizonte. Inhala profundamente y prosigue su marcha.
─Capacidad pulmonar ─evoca mientras camina─ era lo que más recordaba de su entrenador de atletismo en el colegio: el cuerpo aprende y se adapta conforme le vamos exigiendo día a día.
Recuerda las frías mañanas cuando ─con su compañero de equipo─ llegaba una hora y media antes de las clases para practicar carrera de fondo: primero calentar trotando al borde de la cancha, luego estiramientos, seguían los doscientos metros y finalmente, la carrerea de cuatrocientos metros. Los primeros días fueron desastrosos, no podían concluir la carrera de fondo, a los trescientos metros tenían que frenar suplicando por agua, con el paso de las semanas ya podían correr los cuatrocientos metros a trote, al segundo mes, ya planeaban la estrategia de ataque del pique final para cerrar la carrera; ahí se definía todo. Pertinencia. En ese tiempo había llegado a conocer su organismo y su capacidad de llevarlo al límite. Cuando parecía que con el siguiente paso colapsaría su corazón, cuando podía sentir claramente el pulso de la sangre en la garganta, las sienes y el pecho, era cuando sucedía, increíblemente su organismo se sobreponía y llegaba un nuevo impulso, un soplo de energía renovada que, en menos de un segundo, te daba la claridad para enfocarte en la estrategia final.
Ahora sentía lo mismo, los pasos plúmbeos se hacían cada vez más ligeros, menos exigentes. Ya podía apreciar los detalles: la luz del día era cada vez más clara. Cada cierto tramo bajaban hilos de agua cristalina desde lo alto de la montaña que, al encontrarse con el sendero de tierra y las continuas pisadas, humedecían la tierra contigua que sumada al frío helado se convertía en la trampa perfecta para los despistados caminantes que tuviesen la desdicha de no advertir la pista de patinaje en que se había convertido esa parte. Dos veces estuvo a punto de correr la misma suerte, pero previsoramente se había pegado hacia la pared del camino para tener donde asirse si llegaba a resbalar.
Llevaba caminando casi una hora, había terminado un ascenso pronunciado cuando en la parte más alta se encontró con un arriero que llevaba tres cajas de cerveza cargadas a lomo de burro ─esa noche era la fiesta central y las comparsas de las diversas danzas demandarían copiosamente esta bebida espirituosa una vez concluido su saludo al Anfitrión de la fiesta─. Tenía dificultades para lograr que el pollino dejara de obstruir el tránsito de numerosas personas que comenzaban a manifestar su incomodidad con la situación. Consciente de ello, el arriero decidió espolear a la bestia que estuvo a muy poco de rodar barranco abajo con su “valiosa” carga. Tuvieron que jalar entre tres personas al animal para evitar su desbarrancamiento.
─¡Avancemos hermanos! ─grita alguien de más atrás─. Todos se ponen en marcha en fila india.
─Solo eso faltaba ─murmura─ ahora tengo que caminar al ritmo del primero de la fila.
Camina en puntillas tratando de ver quién va primero. Es una pareja de esposos llevando, al hombro cada uno, cirios grandes con hermosos detalles en su decoración. Siempre tuvo la curiosidad de saber cuánto tiempo pueden arder esas velas enormes. Muchas veces había visto arder más de un par al mismo tiempo en los altares de los templos. Eran, en parte, culpables del ennegrecimiento de las imágenes de los santos.
Contrariamente a lo que había pensado, las personas que estaban delante de él en la fila iban quedando rezagadas, se detenían para descansar y recobrar aliento unos cuantos metros más adelante. La peregrinación, dicen, es la penitencia en tiempo real que suele ser tan dura y exigente, como pecados llevas acumulados hasta ese momento.