Peregrino. Segunda Parte.

Por lo retador del camino, había planificado al detalle las cosas que necesitaría utilizar: gorro de lana, para evitar que la helada le congele a uno hasta las ideas. Guantes, para no darle tregua al frío helado de la montaña. Polo, suéter de lana, polera de polar y casaca, para abrigar tronco y brazos. Pantalón delgado de lana, medias gruesas, un buzo grueso, pero lo suficientemente cómodo para tener libertad durante la exigente caminata, y las zapatillas más cómodas de casa. Una linterna, para alumbrar el camino hasta que los primeros rayos del sol le regalen su luz. Está listo. Se carga la mochila con los víveres básicos. Mira su reloj. 4:45 de la madrugada.

—¡Carajo! —se reprende— debí partir hace 45 minutos.

Las tenues luces de las lamparás a petróleo, que tienen las chozas de plástico improvisadas para vender comida a los peregrinos, son las únicas luces que alumbran el sendero a seguir. El primer ascenso es empinado y accidentado, han tratado de hacer unas escalinatas improvisadas de piedra, pero las pisadas de miles de peregrinos anteriores las han terminado convirtiendo en pedazos de grada incompletos, sin ton ni son para ascender por ellas. Ya casi no queda luz. Tropieza. Enciende la linterna. Retoma su camino.

Tras un exigente ascenso se encuentra con las llamas titilantes de las velas —encendidas a los pies de la primera cruz— que le dan una falsa sensación de calor que es arrebatada enseguida por el primer golpe furioso de la altura. El aire se hace pesado y apenas respirable. Su corazón quiere abrirse paso a través de sus costillas. Sus sienes latiendo al son que les marca su agitado corazón. Su boca y el sinsabor premonitorio ya recordado hace poco el el bus. No puede seguir en pie.

—Siéntate y respira —se ordena— dosifica el escaso oxígeno a tu favor.

Se sienta a los pies de la cruz. En la oscuridad logra distinguir pequeñas apachetas que han ido levantando algunos fieles. Cierra los ojos y ora:

—Toma, Padre Santo, mis dolores y flaqueos, en señal de penitencia por mis ofensas pasadas…

Logra sobreponerse lentamente. Levanta la mirada. Los primeros rayos de luz despuntan en el horizonte. Ante sus ojos se desvela el sendero a seguir que se pierde a lo lejos entre las montañas.

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