El momento previo

Con la mirada fija al frente pero siempre atento a sus acompañantes, visión periférica, recuerda. Una de las primeras lecciones cuando, rendido de tantas ranas, estiramientos y órdenes a viva voz, lo llamaban para la reunión final del día, para dar las instrucciones necesarias antes de la ceremonia de cambio de mando.

Siempre atento al latir de la banda, al bombo, como cuando esperamos para cantar la parte que más nos gusta de una canción, listo para dar la orden en el momento preciso, sin el más mínimo margen de error, no está permitido.

Domino del espacio y los movimientos del grupo, como una bandada de gaviotas en vuelo, en perfecta sincronización. Aprendieron a entender sus miradas, horas de sol y entreno para lograr hacerlo sin decir una sola palabra, mantengan distancia y armonía en desplazamientos y giros, nunca corriendo como si quisieran que se acabara pronto, nunca tan lento como quien no sabe hacerlo. Sincronía, recordaba.

Quien tiene la dicha de portar nuestro símbolo patrio ha de evocar a los grandes héroes nacionales y sus gestas heroicas por hacer de éste el símbolo nunca mancillado de nuestra patria independiente y soberana, aun cayendo derrotados e inmolándose como Ugarte, Bolognesi o Grau. Orgullo, pensaba.

Llévala con honor y gallardía, le dijo su predecesor el día que le entregó el pabellón nacional, y así quería hacerlo, especialmente hoy, día de la patria. Con el corazón retumbando en su interior, como la primera vez que besó a una chica, buscando ponerlo a tono con la marcha entonada por la banda del ejército. Sujetando con fuerza el mástil y la bandera, disimulando bajo el guante blanco el sudor de su mano nerviosa. Marcando el paso en el lugar, recogiendo cada uno de estos detalles, es hora escolta: − ¡Marchen…! −

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